Mental health issues are usually given very low priority in health service policies. Although this is changing, African countries are still confronted with so many problems caused by communicable diseases and malnutrition that they have not woken up to the impact of mental disorders. Every country must formulate a mental health policy based on its own social and cultural realities. Such policies must take into account the scope of mental health problems, provide proven and affordable interventions, safeguard patients’ rights, and ensure equity.
La mayoría de los países africanos siguen afrontando problemas sanitarios relacionados con la alta prevalencia de enfermedades transmisibles y de malnutrición. Sus recursos humanos están poco desarrollados. La mayoría de las economías nacionales del continente se caracterizan por unos bajos ingresos y una base industrial incipiente. Muchos de esos países están sufriendo además conflictos sociales en forma de guerras intestinas, y muchos se han visto gravemente afectados por la pandemia de VIH/SIDA. El gasto nacional en salud es por lo general inferior al recomendado. Los problemas relacionados con la salud mental rara vez tienen trascendencia política, y la financiación de los servicios de salud mental suele ser bastante inferior a la media en el conjunto de las prioridades sanitarias. La mayoría de esos países no disponen aún de una política claramente articulada que reconozca la magnitud de los problemas de salud mental entre sus poblaciones y que procure identificar estrategias para afrontarlos. Es preciso que las políticas de salud mental de los países africanos estén basadas en el reconocimiento de la magnitud de los problemas, en particular del consumo de sustancias adictivas, y en una evaluación de la carga sanitaria atribuible a dichos problemas. El estudio de 1996 sobre la carga mundial de morbilidad proporciona un marco para ese reconocimiento, pero es necesario complementar los datos de ese estudio con otros estudios locales. Es preciso formular estrategias para fomentar y ampliar el conocimiento de las enfermedades mentales entre el público y para reducir el estigma que afecta a quienes las padecen y a sus familias. Un programa de mejora de los servicios prestados a los enfermos mentales ha de hacer hincapié en la detección precoz en el nivel de atención primaria y en un acceso adecuado a la medicación, basado tal vez en una renuncia preferencial a patentes que facilite la producción de medicamentos más baratos por las compañías farmacéuticas locales. Las políticas deben ofrecer fórmulas apropiadas para ayudar a las familias a cuidar a los miembros afectados por trastornos mentales. Importantes sectores de las comunidades africanas recurren a prácticas de curandería, y los políticos señalan a menudo que es necesario integrar esas prácticas en la atención médica ortodoxa. No obstante, la eficacia e inocuidad de muchas de esas prácticas, sobre todo en lo que respecta a la atención dispensada a las personas con graves trastornos mentales, son cuestionables. Es más, algunas de esas prácticas son claramente inhumanas. Toda política que aspire a integrar esas prácticas en los sistemas de atención a enfermos mentales deberá identificar los aspectos positivos y disuadir de los perjudiciales. Las políticas de salud mental tendrán que prever la revisión y actualización de la legislación existente sobre las enfermedades mentales. La mayoría de los países africanos todavía tienen en sus códigos de leyes medidas que, heredadas hace varias décadas de quienes les colonizaron, no reflejan ni nuestros actuales conocimientos sobre la naturaleza de los trastornos mentales ni las ideas hoy imperantes sobre los derechos individuales. La nueva legislación deberá asegurar un trato humano para los delincuentes afectados por trastornos mentales, y proteger el derecho de los enfermos a rechazar determinadas formas de tratamiento, reconociendo siempre la necesidad de proteger a la sociedad y de cuidar a quienes no pueden tomar decisiones informadas. Un objetivo de las políticas ha de consistir en proporcionar fondos suficientes para los servicios de salud mental, con la finalidad de garantizar un nivel de asistencia que refleje las mejores prácticas posibles dadas las limitaciones de recursos existentes. La necesidad de garantizar la equidad debe ser siempre un principio orientador en la prestación de servicios. Otro componente de las políticas debe ser la promoción de actividades de investigación y de formación. Las investigaciones sobre la distribución y evolución de los trastornos mentales y las discapacidades por esa causa deben complementarse con políticas orientadas a determinar la mejor manera de atender a los enfermos mentales y con investigaciones que permitan evaluar la eficacia y pertinencia de esas políticas.
Les problèmes de santé, dans la plupart des pays d’Afrique, restent liés à la forte prévalence des maladies transmissibles et de la malnutrition. Ces pays manquent de ressources humaines qualifiées. Les économies nationales se caractérisent généralement par des revenus faibles et une base industrielle naissante. Nombre de ces pays connaissent également des troubles sociaux et des conflits dont le mobile est la destruction réciproque et, souvent, ils sont en outre gravement affectés par la pandémie de VIH/SIDA. Les dépenses de santé nationales sont d’ordinaire inférieures aux niveaux recommandés. La santé mentale intéresse rarement les responsables politiques et, par rapport à l’ensemble des priorités sanitaires, les crédits alloués aux services de santé mentale ont toujours été bien en-dessous de la moyenne. Rares sont encore les pays qui ont une politique reconnaissant clairement l’étendue des problèmes de santé mentale dans la population et visant à définir des stratégies pour y remédier. Les politiques de santé mentale dans les pays d’Afrique doivent s’appuyer sur la reconnaissance de l’ampleur des problèmes, y compris la consommation de substances dépendogènes, et l’évaluation de la charge de morbidité due à ces problèmes. L’étude de 1996 sur la charge de morbidité mondiale peut servir de cadre à ce travail de reconnaissance mais des études locales devront compléter les données résultant de cette étude. Des stratégies devront être élaborées pour faire mieux connaître les maladies mentales au public et réduire la stigmatisation des malades et de leur famille. Un programme destiné à améliorer les services pour les malades mentaux doit privilégier le dépistage précoce au niveau des soins primaires et l’accès aux médicaments, éventuellement en obtenant, à titre préférentiel, des dérogations aux droits de brevet pour faciliter la production de médicaments meilleur marché par les laboratoires pharmaceutiques locaux. Les politiques doivent trouver les moyens d’aider les familles à soigner leurs membres atteints de maladie mentale. Les communautés africaines recourent abondamment aux pratiques traditionnelles et les responsables politiques évoquent souvent la nécessité d’intégrer ces pratiques dans la médecine occidentale. Il convient toutefois de s’interroger sur l’efficacité et l’innocuité de nombre de ces pratiques, spécialement en ce qui concerne le traitement des malades mentaux profonds. Certaines pratiques, en effet, sont clairement inhumaines. Une politique d’intégration de ces pratiques dans les soins pour les malades mentaux doit reconnaître les aspects positifs et déconseiller les aspects dangereux. Les politiques de santé mentale devront prévoir la révision et la mise à jour de la législation existante sur les maladies mentales. La plupart des pays d’Afrique ont encore des lois que leur ont léguées les colonisateurs il y a plusieurs décennies et qui ne correspondent ni à nos connaissances actuelles de la nature des troubles mentaux ni aux normes actuelles applicables aux droits de l’être humain. Les nouvelles lois devront prévoir le traitement humain des malades mentaux qui ont commis un délit et protéger le droit des malades mentaux à refuser certaines formes de traitement, tout en reconnaissant la nécessité de protéger la société et de prendre soin des personnes qui ne sont pas en mesure de faire des choix éclairés. Les politiques doivent s’attacher à assurer le financement adéquat des services de santé mentale, l’objectif étant de veiller à ce que le niveau des soins corresponde aux meilleures pratiques possibles, malgré l’insuffisance des ressources. Le souci d’équité doit toujours inspirer la fourniture des services. Les politiques doivent également s’attacher à promouvoir la recherche et la formation. Les recherches sur la distribution et l’évolution des maladies mentales et les incapacités dues aux maladies mentales doivent être assorties de politiques visant à concevoir les meilleurs soins possibles pour les malades mentaux et de recherches servant à évaluer l’efficacité et la pertinence de ces politiques.