Urban living is the keystone of modern human ecology. Cities have multiplied and expanded rapidly worldwide over the past two centuries. Cities are sources of creativity and technology, and they are the engines for economic growth. However, they are also sources of poverty, inequality, and health hazards from the environment. Urban populations have long been incubators and gateways for infectious diseases. The early industrializing period of unplanned growth and laissez-faire economic activity in cities in industrialized countries has been superseded by the rise of collective management of the urban environment. This occurred in response to environmental blight, increasing literacy, the development of democratic government, and the collective accrual of wealth. In many low-income countries, this process is being slowed by the pressures and priorities of economic globalization. Beyond the traditional risks of diarrhoeal disease and respiratory infections in the urban poor and the adaptation of various vector-borne infections to urbanization, the urban environment poses various physicochemical hazards. These include exposure to lead, air pollution, traffic hazards, and the ‘‘urban heat island’’ amplification of heatwaves. As the number of urban consumers and their material expectations rise and as the use of fossil fuels increases, cities contribute to the large-scale pressures on the biosphere including climate change. We must develop policies that ameliorate the existing, and usually unequally distributed, urban environmental health hazards and larger-scale environmental problems.
El modo de vida urbano es la piedra angular de la ecología humana moderna. En todo el mundo, las ciudades se han multiplicado y extendido rápidamente a lo largo de los dos últimos siglos. Las ciudades son fuente de creatividad y tecnología y motores del crecimiento económico. Sin embargo, también son fuente de pobreza, desigualdades y peligros medioambientales para la salud. Durante mucho tiempo, las poblaciones urbanas han servido de incubadora y vía de entrada para las enfermedades infecciosas. Y en particular las poblaciones urbanas de los países en desarrollo corren en general un doble peligro, pues están expuestas tanto a los riesgos tradicionales, desde las enfermedades diarreicas a las infecciones respiratorias, como a los peligros modernos, físicos y químicos, que traen consigo una industrialización mal regulada, unas viviendas en malas condiciones, el tráfico y la violencia social. La primera fase de la industrialización, caracterizada por un crecimiento no planificado de las ciudades y por la economía del laissez-faire, ha dado paso a la gestión colectiva del entorno urbano. Esto ha sucedido como respuesta al deterioro del entorno, paralelamente al aumento de la alfabetización, el desarrollo de gobiernos democráticos y el crecimiento de la riqueza. En muchos países de ingresos bajos este proceso es más lento debido a las presiones y las prioridades anticorporativas de la globalización económica. Existen tres vías principales a través de las cuales el entorno urbano afecta a la salud humana. La primera son los cambios sociales que entraña la urbanización y el modo en que dichos cambios inciden en los riesgos comportamentales para la salud. Estos cambios afectan a los hábitos de alimentación, a la actividad física, los comportamientos adictivos, la conducta sexual y diferentes tipos de compromisos sociales. También varían los riesgos de padecer enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus, algunos cánceres, infecciones de transmisión sexual y problemas de salud mental. La segunda vía tiene que ver con el entorno físico urbano y sus diversos riesgos microbiológicos y de toxicidad. Además del riesgo tradicional que suponen las enfermedades infecciosas para los pobres de las zonas urbanas, el entorno urbano también esconde diversos peligros fisicoquímicos, como por ejemplo la exposición al plomo (a través del aire, la tierra y el agua), la contaminación del aire, los peligros del tráfico y la amplificación que de las olas de calor provoca la bóveda térmica urbana. La tercera vía guarda relación con el impacto medioambiental a gran escala de las poblaciones urbanas modernas; la perturbación de los sistemas de la bioesfera necesarios para la vida provoca riesgos para la salud a más largo plazo. Esto coincide con la globalización social, política y económica general imperante en la mayor parte del mundo, que a su vez crea nuevas dependencias para los países más pobres, los cuales están luchando por competir en el mercado mundial. Las deficiencias resultantes en lo tocante a la calidad del entorno laboral y a la protección medioambiental, así como el recrudecimiento de las disparidades en materia de ingresos, tienen consecuencias para la salud de la población. Debido al aumento del número de consumidores y de sus expectativas, las ciudades contribuyen enormemente a las presiones a gran escala que sufre la bioesfera, en particular al cambio climático. El mundo desarrollado urbanizado, que cuenta con una quinta parte de la población mundial, produce unas tres cuartas partes de todas las emisiones de gases termoactivos de origen humano. La contribución de las poblaciones urbanas de los países en desarrollo a ese fenómeno está aumentando rápidamente, aunque en la mayoría de los casos el punto de partida es más bajo. Las alteraciones del clima mundial ocasionarán muchos cambios en la salud humana, la mayoría de ellos adversos. En general, la población pobre que vive en zonas urbanas será particularmente vulnerable. Debería ponerse remedio a estos problemas medioambientales en gran escala mediante estrategias que beneficien a todas las partes, y que además reduzcan las desigualdades existentes y los peligros locales para la salud a que están expuestos muchos habitantes de las zonas urbanas. Las soluciones exigirán transformaciones sociales y tecnológicas radicales, incluido un verdadero compromiso internacional de compartir los recursos mundiales de propiedad común, tales como la atmósfera y la pesca del océano. En el siglo XXI modificaremos sin duda el diseño de las ciudades y las usaremos de otro modo. Los urbanistas probablemente desarrollarán criterios que nos permitirán vivir en «aldeas urbanas» de alta densidad separadas por parques, instalaciones recreativas y zonas verdes, y comunicadas mediante formas de transporte ferroviario ligero. Reaparecerán la vegetación urbana, los jardines y la horticultura. Se volverán a crear estructuras y servicios comunitarios urbanos a escala humana. Se adoptarán tecnologías electrógenas y de transporte respetuosas del medioambiente. Y lo que es más importante, se procurará fomentar tanto la equidad social como la adopción de modos de vida ecológicamente sostenibles.
Le mode de vie urbain est la clef de voûte de l’écologie humaine moderne. Au cours des deux derniers siècles, les villes se sont multipliées et développées rapidement dans le monde entier. Berceau de la créativité et de la technologie et moteur de la croissance économique, elles engendrent aussi la pauvreté, des inégalités et des risques pour la santé liés à l’environnement. Depuis longtemps, les populations urbaines servent à la fois d’incubateur et de porte d’accès aux maladies infectieuses. Les citadins des pays en développement sont donc doublement exposés : aux risques classiques de maladie diarrhéique et d’infection respiratoire ; aux risques physiques et chimiques des temps modernes, liés à une industrialisation mal contrôlée, à de mauvaises conditions de logement, à la circulation routière et à la violence sociale. La croissance non planifiée et la politique économique de laisser-faire des débuts de l’ère industrielle ont fait place à une gestion collective du milieu urbain, en réaction à la dégradation de l’environnement et du fait de l’alphabétisation, de l’avènement de la démocratie et de l’accumulation de richesses. Dans de nombreux pays à faible revenu, ce progrès est freiné par les impératifs et les tendances anticorporatistes de la mondialisation de l’économie. On peut répartir les effets du milieu urbain sur la santé en trois grandes catégories. La première concerne les changements sociaux dont s’accompagne l’urbanisation et la façon dont ils modifient les risques pour la santé liés au comportement. Le régime alimentaire, l’activité physique, les comportements toxicomaniaques, la sexualité et la nature de l’engagement social changent. Le risque de maladie cardio-vasculaire, de diabète sucré, de certains cancers, d’infection sexuellement transmissible et de problèmes mentaux évolue lui aussi. La deuxième catégorie concerne les risques microbiologiques et les risques de toxicité présents dans le milieu urbain. A la menace que constituent habituellement les maladies infectieuses pour les citadins pauvres s’ajoutent des dangers de nature physicochimique tels que l’exposition au plomb (dans l’air, le sol et l’eau), la pollution atmosphérique, les accidents de la circulation et l’amplification des vagues de chaleur dans les zones urbaines. Troisième point : l’influence des populations urbaines modernes sur l’environnement atteint une telle ampleur qu’elle entraîne, par la destruction des milieux vitaux de la biosphère, des risques pour la santé à long terme. A ce phénomène s’ajoute celui de la mondialisation observé sur la plus grande surface du globe dans les domaines social, politique et économique et qui, à son tour, crée de nouvelles dépendances dans les pays pauvres qui s’efforcent de faire face à la concurrence sur le marché mondial. Il s’ensuit que les normes environnementales sur le lieu de travail et la protection de l’environnement sont insuffisantes et que les écarts de revenu se creusent, autant de facteurs qui influent sur la santé des populations. Les consommateurs devenant de plus en plus nombreux et exigeants, les villes contribuent dans une très large mesure aux agressions que subit la biosphère et notamment aux changements climatiques. Les villes des pays développés, qui abritent un cinquième de la population mondiale, émettent les trois quarts environ des gaz à effet de serre générés par l’activité humaine. Bien que généralement plus faibles au départ, les émissions imputables aux populations urbaines des pays en développement augmentent rapidement. L’évolution du climat de la planète aura toutes sortes de répercussions sur la santé humaine, pour la plupart néfastes. D’une manière générale, les plus vulnérables seront les populations pauvres des zones urbaines. Pour résoudre ces problèmes écologiques de grande ampleur, il faut des stratégies avantageuses pour tous qui visent aussi à réduire les inégalités et les risques pour la santé auxquels sont exposés nombre de citadins au niveau local. La solution passe par des changements sociaux et technologiques radicaux, notamment une ferme volonté, au niveau international, de mettre en commun les ressources de la planète, telles que l’atmosphère et les pêcheries en mer. Il y a tout à parier que notre conception et l’usage que nous faisons de la ville changeront au XXIe siècle. Les urbanistes imagineront probablement des solutions nous permettant de vivre dans des « villages urbains » à forte densité de population, séparés par des espaces boisés, des aires de loisir et des jardins, et reliés entre eux par un réseau de transports ferroviaires légers. On réintroduira ainsi les espaces verts, les jardins et l’horticulture ; les infrastructures collectives seront de taille humaine; les modes de transport et les sources d’énergie seront sans danger pour l’environnement. Mais surtout, on tendra vers l’équité sociale et un mode de vie écologiquement viable.