Abstract In the past two decades, there has been a sudden increase of inquiry within the branch of analytic philosophy on the nature and role of intuition in philosophy. Philosophers began to investigate what intuition is, how it should be defined, what role it plays in philosophy, what its epistemic status is and many more. There is also a growing number of philosophers arguing that the whole debate rests on a mistake: intuition in philosophy plays no role whatsoever and philosophers do not use it as (a source of) evidence for their philosophical claims. This strategy is often conducted by differentiating among the two senses in which intuition is supposed to play an evidential role in philosophy. Intuition, thus, can be understood as a state of intuiting something or a propositional content that is intuited. Intuition in the first sense, the argument goes, cannot be treated as evidence as it would present the risk of psychologizing evidence in philosophy. If, however, we take intuition as evidence in the second sense, there is nothing distinctive about it: ultimately, all evidence in philosophy is of propositional nature, regardless of the intuitiveness of a given proposition. In my paper, I argue that this strategy fails and propose, instead, the view on intuition that, firstly, explains why the aforementioned distinction does not render the intuitiveness of the content irrelevant to its epistemic status, secondly, is in accord with the current findings in psychology, and, thirdly, is minimal enough to allow the different views of intuitions to be incorporated under that umbrella. In particular, I argue that it is an intuitive judgment, characterized by its non-inferentiality and defeasibility, that serves as evidence for particular philosophical claims, while its source is an intuition understood as a state of non-propositional character that can be examined empirically.
Resumen En las dos últimas décadas, se ha producido dentro de la filosofía analítica un aumento repentino de la investigación sobre la naturaleza y el papel que juega la intuición. Los filósofos empezaron a investigar qué es la intuición, cómo debería definirse, qué papel desempeña en la filosofía, cuál es su estatus epistémico, entre otras cosas. También hay un número creciente de filósofos que sostienen que todo el debate se basa en un error: la intuición en filosofía no desempeña papel alguno y los filósofos no la utilizan como (fuente de) prueba para sus afirmaciones filosóficas. Esta estrategia se lleva a cabo a menudo diferenciando entre los dos sentidos en los que se supone que la intuición desempeña un papel evidencial en filosofía. Así, la intuición puede entenderse como un estado de intuir o como un contenido proposicional que se intuye. En el primer sentido, se argumenta, la intuición no puede ser tratada como evidencia, ya que presentaría el riesgo de psicologizar la evidencia en filosofía. Sin embargo, si tomamos la intuición como evidencia en el segundo sentido, no hay nada distintivo en ella: en última instancia, toda evidencia en filosofía es de naturaleza proposicional, independientemente de la intuitividad de una proposición dada. En mi artículo, sostengo que esta estrategia fracasa y propongo, en su lugar, una visión de la intuición que, en primer lugar, explica por qué la distinción mencionada no hace que la intuitividad del contenido sea irrelevante para su estatus epistémico; en segundo lugar, está de acuerdo con los hallazgos actuales en psicología; y, en tercer lugar, es lo suficientemente mínima como para permitir la incorporación de las diferentes perspectivas sobre las intuiciones. En particular, sostengo que un juicio intuitivo, caracterizado por su no inferencialidad y revocabilidad, sirve de prueba para determinadas afirmaciones filosóficas, mientras que su fuente es una intuición entendida como un estado de carácter no proposicional que puede examinarse empíricamente.